jueves, 29 de septiembre de 2011

Iturbide y la Iglesia, consumadores de la independencia


Juan Manuel López Alegría / Primera parte

Sin la intervención de Napoleón Bonaparte, quien sometió a España en 1808, el inicio de la Independencia de México se habría retrasado; y después, sin Agustín de Iturbide y el clero novohispano, tal vez la lucha armada, que agonizaba luego de la muerte de Morelos en 1815, también habría fenecido en poco tiempo.

Si bien es cierto que las condiciones para la mayoría de indígenas, negros y de castas de la Nueva España eran terribles, la idea de emancipación tuvo orígenes menos piadosos que como se nos ha hecho creer.

Entre 1750 y 1800 hubo grandes transformaciones en diferentes ámbitos del virreinato, lo que creó una mejoría económica, ampliando la riqueza en la clase criolla. Se hicieron más ricos, pero no más poderosos.

Todos los cargos importantes estaban reservados para los nacidos en España, incluidos los clericales. Miguel Hidalgo estaba convencido que había sido designado a esa pobre parroquia porque no era nativo de España. Los inquietos criollos también se percataron que la Corona española sólo se preocupaba por ella, y ya que la colonia era autosuficiente, sus logros serían mayores sin la tutela, así que la idea independentista comenzó a fraguarse antes de 1810.

Ese auge económico, aparte de los criollos, creó nuevos ricos: agricultores, empresarios, industriales, hacendados, mineros, que no encontraban cabida y generalmente, eran rechazados por el sistema.

Como explican Enrique Florescano e Isabel Gil Sánchez: “Así, las trabas sociales creadas por la pertenencia al grupo dominante y el color de la piel, en lugar de aligerarse, se hicieron más inflexibles como respuesta a las pretensiones de ascenso de los nuevos grupos que amenazaban el monopolio de la oligarquía”.

La Iglesia, rica desde siempre…

Muy poco sufrió la iglesia católica después de su nacimiento, porque desde que el emperador Constantino decidió imponer esa religión con el Concilio de Nicea en 325 (se hizo oficial con Teodosio en 380), ella se apropió del mundo latino, pues gracias al Imperio romano, el cristianismo se implantó en casi todo lo que se llamaría Europa.

Como era menester que la Iglesia aprobara y coronara a los reyes y emperadores, tuvo a veces más poder que los monarcas (y su visión sobre la riqueza no fue sólo espiritual).

En la Nueva España, todos los que tenían negocios y sufrían crisis, obtenían créditos de la Iglesia, que era la más rica empresa de la amplia América. Según Lucas Alamán, la mitad de los bienes raíces de la Nueva España eran de ella.

Su riqueza procedía de tres fuentes: rentas de sus propiedades del campo y ciudad; del famoso diezmo, y la principal, radicaba en capitales impuestos a censos redimibles (cuando se recibe alguna cantidad por la cual se ha de pagar una pensión anual, asegurando dicha cantidad o capital con bienes raíces) sobre propiedades de particulares.

Para Luis Villoro, Las propiedades del clero se estimaban de tres a cinco millones, y administraba, hasta 45 millones por concepto de “capellanías” y “obras pías”. “Cada capellanía, cada cofradía era una especie de banco. Prestaba a los hacendados, a los industriales, y a los pequeños comerciantes fuertes capitales a un interés módico y a largo plazo.” También controlaba muchas propiedades rurales mediante hipotecas. Las rentas de la Iglesia y las particulares de los curas estaban exentas de contribuciones.

La colonia pagaba mucho en impuestos a la Corona española. Por eso, la Iglesia novohispana resintió tanto que en 1798 se estableciera un impuesto especial sobre las inversiones de la Iglesia en que se le obligaba a financiar a las constantes guerras de la Corona.

Protestaron sus representantes pero en vano, en lugar de dar marcha atrás les mandaron un golpe artero: en diciembre de 1804 por decreto real se ordenaba la enajenación de todos los capitales de capellanías y obras pías. El decreto también exigía que se hicieran efectivas las hipotecas vendiendo las fincas de crédito vencido y mandar el dinerito para España. Esa medida ya se había aplicado en la península española. Según un obispo de la época, esa suma sería como “más de dos tercios del capital productivo o de habilitación del país”. El coraje clerical fue enorme.

Pero, no se pudo hacer nada: se entregaron a las arcas españolas de diez a doce millones de pesos: claro (como ahora con Hacienda), nomás declararon la cuarta parte de su capital en la realidad. Después, ya con José Bonaparte como rey, en enero de 1809 se cancelaría el decreto.

Igual que como ocurría con los criollos o los nuevos ricos, donde los peninsulares eran privilegiados, los beneficiarios de la riqueza eran los del alto clero. Hay que recordar que la carrera eclesiástica (así como la milicia y las leyes) eran muy socorridas por los criollos pobres o venidos menos (¡cómo iban a trabajar los descendientes de los conquistadores!), así que aquí había también muchos descontentos.

Tal vez por eso se cobraban a lo chino

Los Archivos del Juzgado General de Indios, están repletos de pruebas contra los curas de los pueblos. (Casos citados por L.B. Simpson, en Muchos Méxicos).

En 1629, el Juzgado investigó al cura de Suchitepec, Oaxaca, acusado de exigir dos reales a todos los hombres casados de su parroquia para pagar misas en fiestas religiosas, so pena de ser azotado y expuesto en la picota.

En 1631, se juzgó al cura de Cuescomatepec (sic), Veracruz, porque obligaba a sus feligreses a llevarle diario dos gallos, dos gallinas, dos velas de cera, dos almudes de maíz, un real de manteca y chile, dos reales de leña, veinte cargas de heno (por valor de diez reales).

Además pedía dos indias para hacer tortillas, un joven para cuidar sus quince caballos y un indio para trabajar en la cocina. Cobraba un real para misas a los casados y a los solteros medio. Puso un impuesto de cinco pesos semanales para vino (se nota que le gustaba consagrar seguido). Aparte, forzaba a los indios a trabajar gratis en los terrenos de la Iglesia y si se quejaban les daba de propina fuertes palizas, cepo y prisión. Este enviado de Satanás, precursor de los changarros, además pidió prestado a una cofradía y no pagó.

En 1654, el cura de Calpan, Puebla, le pedía a cada indio una carga de heno y tenían que confesarse en la Cuaresma a dos reales por cabeza. Un día, un indígena no entregó la limosna; el cura lo colgó y azotó en el templo. Otro más murió de la paliza que le decretó, y lo más hermoso: el pueblo tuvo que pagar al cura diez pesos para el entierro (se cobraba cuatro pesos).

Y fueron miles de casos.

El amante trágico

Después de la muerte de Carlos III, ascendió al trono su hijo Carlos IV (1788 a 1808). Llamado el “cazador”, que para algunos historiadores fue un débil mental. Por lo menos fue un pusilánime, ya que dejó el gobierno en manos de su esposa María Luisa de Parma y de Manuel Godoy, quien se dijo era amante de la reina. Si no lo fue, de todas maneras tuvo el poder para cambiar el destino español.

Para empezar, luego de la Revolución francesa, en 1793, España, de manera insensata entró a la alianza para vengar la muerte de Luis XVI. Sufrió derrota tras derrota hasta llegar a un deshonroso tratado que Napoleón le hizo firmar a Godoy en 1795.

España se alió a Francia en la guerra contra Inglaterra, Godoy puso la armada española en manos de Napoleón que los ingleses destruyeron en Trafalgar en 1805.

En 1807 con el tratado de Fontainebleau, para repartirse Portugal, al que España había declarado la guerra en 1801, permitió el paso de tropas francesas por territorio español y fue preludio de la invasión napoleónica. Hubo varios pronunciamientos sobre la presencia gala y contra Godoy que culminó con la abdicación de Carlos IV en la persona de su hijo Fernando VII en 1808.

Napoleón (ya emperador desde 1804) secuestró en Bayona a padre e hijo e impuso como rey de España a su hermano José Bonaparte, quien pasaría a la historia por su afición, como “Pepe Botella”, y así, España se incendió de fervor patriótico y comenzó una lucha, que beneficiaría la independencia de los criollos y a su Iglesia novohispana. Y desde ahí, la Iglesia participaría en todas las guerras mexicanas del siglo XIX y en la de Los Cristeros del XX.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Presidencia todo un reto: ¿"Chepina, Quique, o Nieto"?



Por el Profesor: Julián España Solís

No hay candidato por dedo
ni balido de Cordero
como tú, quieras, yo quiero
como te acomodes puedo
¿en lo interno? no ahí pedo
no es baile español "la jota"
Josefina Vázquez Mota
lleva una ventaja mil
entre Cordero y Creel
la aspiración está rota

Medir fuerzas en el PRI
con flauta del burro sabio
Peña Nieto o Manlio Fabio
ya se acordarán de ti
verde blanco y carmesí
"todo el que a su hijo consiente
va engordado una serpiente
sentencia el sabio refrán
que en Esa Terna del PAN
ahí una hija obediente

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Fueron niños los héroes o, quién empujó a Juan Escutia?



Juan Manuel Alegría

En el siglo que pasó (y lo que va de este), las investigaciones históricas han desvelado muchas incógnitas que por cientos de años estuvieron ocultas. Desde siempre, los poderosos han escrito los hechos a su conveniencia. Y no sólo en el mundo occidental; hoy sabemos que en 1428, Izcóatl, el emperador azteca, ordenó (gracias a Tlacaelel) la destrucción de antiguos códices que recogían la historia de los tolteca y tepaneca, para sustituirlos por mitos azteca y así legitimar su dominio.

O se cambiaron fechas para satisfacciones megalómanas; como en el México Independiente: El día la consumación de la Independencia iba a ser antes, pero Iturbide esperó hasta el 27 de septiembre para entrar a la capital, porque ese día era el de su cumpleaños. Décadas después, Porfirio Díaz alteraría horas del “Grito” para que coincidiera con su onomástico. Más o menos ocurre eso con el mito de los Niños Héroes de Chapultepec.

El culto hacia los héroes niños no tuvo mucho auge posteriormente a la guerra contra U.S.A. Fue en el último año de Juárez (1872) cuando se decretó su celebración.

Aquí, por cierto, la ingratitud y la venganza con la historia, porque Miguel Miramón fue otro de los “niños héroes” (tenía 16 años), sin embargo no murió en Chapultepec, cayó prisionero (junto con Nicolás Bravo) y poco después recibió medalla de honor. Un año después de la Batalla, militares egresados del Colegio iniciaron la tradición de recordar los nombres de los cadetes muertos, en donde Miguel Miramón era de los primeros en ser mencionados; pero sería un terrible enemigo de Juárez y los liberales, y apoyaría el Segundo Imperio, por lo que su nombre fue excluido después.

Miguel Miramón, fue presidente de México; a los 27 años gobernó interinamente en dos períodos: del 2 de febrero de 1859 al 13 de agosto de 1860 y del 16 de agosto al 24 de diciembre del mismo año. En justicia deberían estar en el sitial de honor todos los que participaron.

Sin embargo, el general Sóstenes Rocha, que estudió en el Colegio Militar, y se hiciera famoso por vencer a Porfirio Díaz en la Revolución de la Noria, años después sería nombrado director del Colegio Militar y luego como articulista mantuvo en alto el sacrificio de los defensores del castillo, así como la promoción de la leyenda de la asociación de ex alumnos del Colegio. Mucho ayudó también el poema (1908) del amadísimo Amado Nervo: “Los niños mártires de Chapultepec”.

“Como renuevos cuyos aliños


un viento helado marchita en flor,


así cayeron los héroes niños


ante las balas del invasor”

Según el doctor en Historia, Héctor C. Hernández Silva, sobre el martirio de Juan Escutia, no hay evidencia en todo el resto del siglo, posterior a la invasión estadounidense. “Pero ni en ese entonces ni aún en 1908, fecha en que el vate de Tepic pronunció aquel inolvidable poema, había noticia de tan inigualable hazaña”.

La leyenda, afirma Hernández Silva, se fraguó “en la segunda o tercera década” del siglo pasado. “Su éxito ha sido memorable”. La gesta, como muchas otras, es sinónimo de amor patriótico, pero obstaculiza la objetividad histórica.

Muy pocos héroes

¿Por qué la historia oficial sólo señala a seis niños combatientes? En realidad el 13 de septiembre de 1847, había en el Castillo como cincuenta cadetes y más de 832 soldados (algunos historiadores varían el número) al mando de Nicolás Bravo, y que fueron apoyados, tardíamente (gracias a la estupidez de Santa Anna), por el batallón de San Blas con 400 efectivos (al mando de Felipe Santiago Xicoténcatl, quien murió en el asedio), que pelearon contra 7 u 8 mil, mejor armados, antepasados de los marines.

Al final murieron cerca de 600, entre ellos seis jóvenes cadetes y desertado unos 400. Sin duda, fueron héroes, porque no tenían la obligación de quedarse y pelear porque eran eso, cadetes (y no estaban arrestados como algunos proponen); pero no eran niños.

En esas aciagas fechas, Juan Escutia tendría 20 años; Juan de la Barrera 19, Fernando Montes de Oca tenía 18; Agustín Melgar casi 18, y Francisco Márquez y Vicente Suárez andaban por los 14 años de edad. En esas épocas, estos últimos ya no eran considerados niños.

El más misterioso de todos es Juan Escutia. Que según Francisco Martín Moreno, no era cadete sino, miembro del Batallón de San Blas. La historia oficial indica que al ver perdida la batalla, Escutia toma la bandera, se envuelve en ella y salta al vacío, pereciendo entre las rocas.

Martín Moreno señala, que Juan de la Barrera tampoco era cadete sino oficial de ingenieros y quien fue el primero que cayó muerto. Agustín Melgar fue herido y falleció después.

Otros historiadores señalan que Nicolás Bravo mandó a los poco que quedaba del batallón de San Blas, hecho trizas al pie del cerro, a que protegieran a los cadetes en su dormitorio, a los seis famosos se le sumaban Miguel Miramón y Teófilo Noris. Tuvieron la oportunidad de huir pero decidieron pelear.

Más tarde, sopesando la inminente derrota, los jóvenes se dividieron e intentaron escapar erróneamente por el jardín botánico: Juan Escutia, Suárez y Montes de Oca saldrían protegiendo a los cadetes más jóvenes, entre ellos Márquez y Miramón.

Melgar se dirigió a la sala central del Castillo, defendiendo la entrada hasta que fue herido y rematado a bayoneta. Murió al día siguiente

Según Martín Moreno, Montes de Oca y Márquez fueron cazados a tiros cuando se hacían fuertes en el jardín botánico.

Juan Escutia, no murió por un salto ni envuelto en una bandera, cayó abatido a tiros cuando descendía de la fortaleza. Por eso ningún cadáver fue hallado al pie del cerro envuelto en una bandera. Carlos Monsiváis afirmó que “ninguno se envolvió en la bandera”.

La bandera mexicana fue arriada del alcázar por los invasores e izada la de las barras y las estrellas. Nuestro lábaro patrio fue enviado a U.S.A., donde permaneció muchísimos años y no fue sino hasta el gobierno de López Portillo que fue devuelta a nuestro país.

Si hubo un abanderado muerto

Días antes, el 8 de septiembre, hubo otra cruenta batalla, la del Molino del Rey, donde el oaxaqueño Antonio de León moriría “peleando como fiera” tal vez para olvidar que alguna vez fue realista. En esa batalla, “la más sangrienta de la guerra”, murieron más de mil soldados norteamericanos, por lo que, el general William J. Worth fue destituido por el general Scott.

Ese fue el escenario para el sacrificio del capitán Margarito Zuazo. Miembro del Batallón Mina, el capitán Zuazo fue de los últimos soldados mexicanos en caer bajo el ataque invasor. Ya sus jefes habían muerto, la batalla estaba perdida, porque otra vez, el execrable Santa Anna (quien se cree ayudó a los norteamericanos) cuando se esperaba que su tropas y la caballería de Juan Álvarez cargaran contra los invasores, con lo que se obtendría a el triunfo, el dictador se mantuvo observando desde la hacienda de Los Morales

Zuazo logró entrar al edifico de principal, ahí se quitó la chaqueta y la camisa, y se enredó en el torso la bandera mexicana. Al regresar al combate fue atacado con bayonetas. Moribundo, logró retirarse y alejar el lábaro de los enemigos. Hoy, la enseña se encuentra, manchada con su sangre, en el Museo Nacional de Historia.

El origen del monumento

La razón del incremento del fervor patrio hacia los héroes de Chapultepec, se halla en un incidente ocurrido en tiempos de Miguel Alemán. En marzo de 1947, en la conmemoración de los cien años de esa guerra, el presidente de U.S.A., Harry Truman, realizó una visita oficial a México.

El autor de que soltaran las bombas atómicas en Japón, queriendo quedar bien con México, colocó una ofrenda de flores en el antiguo monumento a los Niños Héroes en Chapultepec y dijo: “un siglo de rencores se borra con un minuto de silencio”.

Eso ofendió mucho el corazón militar. Por la noche, los cadetes del Colegio Militar levantaron la ofrenda y la arrojaron maltrecha frente a la embajada estadounidense.

Antepasados de la “Paca” en el gobierno

En el gobierno debieron sentir mareos. No hacía mucho los militares eran dueños del poder. Así que, poco después de la visita del genocida, una noticia ocupó las portadas de los diarios: se habían encontrado al pie del cerro de Chapultepec, seis calaveras, seis, que se aseguraba, eran de los niños héroes. ¡Quiobo!

Igual pasó cuando el maldito dictador jarocho, en un de esas, cuando el pueblo lo repudiaba, desenterró su pierna y la anduvo revolcando por la ciudad. Ya repuesto en el poder, uno de sus lacayos la “encontró” y la enterraron con mayor pompa que la anterior ocasión. ¿Imagina qué labor buscar los 26 huesos del pie jarocho, que seguramente no quedaron todos en el mismo lugar?

La autenticidad de las heroicas calaveras fue dictaminada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y apoyada por varios historiadores, por lo que se decretó que esos restos eran, sin ninguna duda, de los cadetes.

Es casi como aquel que vendía el cráneo de Pancho Villa, junto a uno más pequeño. Al preguntar el gringo por el de menor tamaño, dijo el vendedor mexicano: “Ah, es de Pancho Villa cuando era niño”.

Pocos años después, en 1952, se inauguró el nuevo monumento (obra del escultor Ernesto Tamariz y el arquitecto Enrique Aragón Echegaray) y depositados los héroes desconocidos, concretándose otro fraude más a la nación.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La "depre" ataca a don Mario Mendoza


Rubén Mújica Vélez

Creo que usted estaba en la “depre”. En el abismo que requiere los servicios de un profesional. Suscribir lo que afirma el señor Carlos E Díaz, no se entiende en un funcionario que al participar en un gobierno, en el nivel que sea, pugna por mejorar el ambiente social. A menos que sea un cínico. Me sorprendió la catarata de adjetivos ofensivos sobre el mexicano y, obvio, el oaxaqueño. Los repudio de pe a pa. Por eso evoco a los jóvenes, esos que a pesar de todo, a este viejo setentón le inspiran la mayor esperanza para sacar adelante a México y de paso, a Oaxaca.

Don Mario. Generalizar que TODOS SOMOS CULPABLES de la crisis actual y especialmente de la “guerra contra el narco”, es concluir que nadie lo es. Dice usted, en palabras del que suscribe, que “tal vez Calderón tiene responsabilidad de todo esto”. ¿Lo duda? ¿Acaso fuimos los mexicanos y los oaxaqueños consultados para desatar esta guerra que todo mundo califica de estúpida? ¡Ah!, pero usted afirma que tenemos 200 años de ser como somos. ¿Acaso antes fuimos agredidos como ahora al grado de “estar hasta la madre”, en grito generalizado? No, Don Mario. Nunca México se vio incurso en una guerra que ni pidió ni aprobó. En la que la enorme mayoría NO somos responsables. Ignoro si usted es copartícipe de esa aberrante, enloquecida decisión.

Lleva usted su generalización hasta igualar la Reforma con la Cristíada. ¡Hágame el favor! Confundir a Juárez que defendía la patria de la agresión de los “cangrejos” “las ranas pidiendo rey”, los “yunquistas” de esos días que al grito de “!Viva Cristo Rey!, anticiparon el mundo del “Mochaorejas” ¿Sabe usted que los cristeros en Oaxaca se distinguieron por cortar esos apéndices? Afirma que “los mexicanos nos asesinamos unos a otros” Le garantizo que muchos no lo hemos hecho ni lo haremos. ¿No le parece una desquiciada afirmación producto acaso de una noche lóbrega? Mire aun existimos muchos mexicanos que vivimos con las notas del “Huapango” de Moncayo y los poemas de José Emilio Pacheco. No aceptamos los bailables deformadores de la extinta Amalia Hernández que pervirtió sobretodo los sones jarochos. Pero tenemos ansias de vivir con nuestra historia y nuestros paisajes. Con nuestros héroes y nuestro vino “aunque sea agrio”.

Dice usted que Calderón no podía quedarse con los brazos cruzados frente al narco. Pero ¿acaso el mismo Calderón no reconoció que le dio un palo a un avispero letal sin saber que resultados tendría? Es pues responsabilidad de TODOS los mexicanos esa decisión aberrante? Obviamente NO

Afirma que los mexicanos “hemos hecho de los ilícitos la manera de vivir; sobornarnos, robarnos, hasta el grado de dejar enormes bolsa de basura en la calle”. Hay grados de ilicitud. A menos que usted se disponga a fusilar a un vecino oaxaqueño por ser fodongo. Dice que “destruímos la belleza, escupimos a quien demuestra educación y promovemos niños léperos” Reitero: muchos no lo hacemos; nos somos trogloditas. Suscribe una frase de antología: “Es más sencillo ser imbécil que ser recto” ¿Tiene algo que ver uno con otro? No se contraponen. Conozco más de un imbécil sencillo, pero ladrón. “Hemos cavado nuestra propia tumba” ¡Ay diosito, ora sí nos llamó A TODOS, necrófilos!

Pero además “somos dañinos, corrosivos, atacamos con insultos, estupideces, violentos por naturaleza, imbéciles sin buena voluntad”. Don Mario, hay quienes hasta con buena voluntad son tarugos-! ¿Más “mezcla maistro”? Su florilegio de calificativos supera a los integrantes de la Generación del 98.

Concluye usted con un parangón que me escuece y me hace pensar que, tal vez, en su derrotero político, no hubo brújula ideológica. Afirma que:

“Calderón no es diferente de AMLO- ¡Gracias a San Cuilmas!... Peña Nieto- ¡lo dudo!... y Ebrard-“te pareces tanto a mí”-. Remata con una afirmación: “quien prometa el país de las maravillas es ciego y falso. Se abusa del maniqueísmo de Presidente legítimo y espurio “

¡Uufff! Fue difícil reseñar su vertedero adjetival. No don Mario. Existimos muchos mexicanos que ratificamos el carácter espurio de Calderón. Repudiamos la porquería en que afirma usted todos “disfrutamos vivir”. Por eso queremos cambiar las cosas. Luchar contra los intereses creados, empezando por los intereses de los plutócratas de este país y del extranjero que se han adueñado de las riquezas nacionales. ¿Sabe usted que las minas oaxaqueñas están en manos de canadienses? A la par nos urge librar al país y Oaxaca de politiquillos de cuarta con aires de estadistas. Saqueadores que presumen de honestos.

Nos proponemos con un gobierno federal democrático promover el empleo entre jóvenes para acabar con su insultante calificativo de “ninis”, alejarlos de las actividades antisociales, abatir la emigración-la pérdida de los mejores mexicanos en pleno vigor físico- rescatar las riquezas nacionales, en fin hacer un México con futuro, con esperanzas. ¿Utopía? Sí, pero no cinismo.

Creo estará usted de acuerdo conmigo. Entiendo que en ocasiones la “depre” lacera a los que deben ser fuertes y que por eso asumieron responsabilidades políticas, es decir sociales, pero Don Mario, su mensaje es la peor de las visiones de un México sombrío. De sanguinarios, ladrones y léperos. Ese México que usted convalida al aceptar el artículo de su amigo Díaz, no es el nuestro. Espero que enderece la visión que tiene del país y de Oaxaca.